sábado, 4 de abril de 2015

Adversarios imaginarios

Érase una vez un hombre a quien le alteraba ver su propia sombra y le disgustaban tanto sus propias pisadas que decidió librarse de ellas.

Se le ocurrió un método: huir.

Así que se levantó y echó a correr, pero cada vez que ponía un pie en el suelo había otra pisada, mientras que su sombra le alcanzaba sin la menor dificultad.

Atribuyó el fracaso al hecho de no correr suficiente deprisa. Corrió más rápido, sin parar, hasta caer muerto.

No comprendió que simplemente con ponerse en un lugar sombreado, su sombra se desvanecería, y que si se sentaba y se quedaba inmóvil, no habría más pisadas.

El hombre crea su propia confusión porque se rechaza a sí mismo, se autocensura, no se acepta.
Y así se crea una cadena de confusión, de infelicidad y de caos interior.

¿Por qué no te aceptas cómo eres? ¿Qué te pasa? La existencia entera te acepta tal y como eres, pero tú no.

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