Si comprendiéramos el inmenso poder que tienen las palabras, cuidaríamos con celo todo aquello que sale de nuestra boca.
Con la palabra podemos elevar a alguien a las alturas, pero también podemos hacer que se desbarate un reino. La palabra crea o destruye, tan sencillo como eso.
Si los padres entendieran esta simple realidad, si de verdad comprendieran el efecto que producen sus palabras, pensarían un poco más lo que dicen a sus hijos.
No hay nada más destructivo que esas frases dichas "sin pensar" y repetidas invariablemente cada vez que una molestia, que al final será pasajera, afecta a los moldeadores de vida. Porque eso es lo que son los padres, los forjadores de las formas que esa masilla que llegó un día a sus vidas adquirirá en el futuro.
Cuántos futuros han sido malogrados a partir de simples palabras. Me atrevería a decir que muchos. Frases como: “eres un tonto”; “no sirves para nada”; “es que este niño nunca va a prestar atención a nada”; “tú no sirves para eso”; “no toques eso que seguro lo rompes”; “este niño es un desastre”, llegan a la mente de los hijos y van conformando una actitud de vida que seguramente los llevará a fallar en muchas cosas porque muy dentro de ellos fue sembrada la semilla del fracaso.
La palabra dicha es como el agua derramada, no se puede recoger. Lo que sí es posible es cuidar de ahora en adelante aquello que expresan ante sus hijos. ¿No es el sueño de todo padre tener hijos felices? ¿No quieren todos que esas pequeñas personas sean hombres y mujeres productivos e independientes? ¿No está en sus cabezas, desde el día que supieron que serian padres, el deseo de criar personas con vidas hermosas? Yo creo que sí. La forma de lograrlo es moldear con el cincel que son nuestras palabras esa arcilla tan hermosa que tienen en sus manos.
Desecha aquellas palabras que actúan como misiles, las negativas, las desmotivadoras, las ofensivas, las limitantes y procura regar la fértil mente de tu hijo con aquellas que inspiren amor, que construyan, que halaguen, que motiven, que lleguen al corazón y hagan que crezcan las inmensas potencialidades que esa pequeña persona tiene en su interior.
La misma reflexión podría traspolarse a los amigos, los novios, los esposos, los hermanos, los vecinos, etc...
Con la palabra podemos elevar a alguien a las alturas, pero también podemos hacer que se desbarate un reino. La palabra crea o destruye, tan sencillo como eso.
Si los padres entendieran esta simple realidad, si de verdad comprendieran el efecto que producen sus palabras, pensarían un poco más lo que dicen a sus hijos.
No hay nada más destructivo que esas frases dichas "sin pensar" y repetidas invariablemente cada vez que una molestia, que al final será pasajera, afecta a los moldeadores de vida. Porque eso es lo que son los padres, los forjadores de las formas que esa masilla que llegó un día a sus vidas adquirirá en el futuro.
Cuántos futuros han sido malogrados a partir de simples palabras. Me atrevería a decir que muchos. Frases como: “eres un tonto”; “no sirves para nada”; “es que este niño nunca va a prestar atención a nada”; “tú no sirves para eso”; “no toques eso que seguro lo rompes”; “este niño es un desastre”, llegan a la mente de los hijos y van conformando una actitud de vida que seguramente los llevará a fallar en muchas cosas porque muy dentro de ellos fue sembrada la semilla del fracaso.
La palabra dicha es como el agua derramada, no se puede recoger. Lo que sí es posible es cuidar de ahora en adelante aquello que expresan ante sus hijos. ¿No es el sueño de todo padre tener hijos felices? ¿No quieren todos que esas pequeñas personas sean hombres y mujeres productivos e independientes? ¿No está en sus cabezas, desde el día que supieron que serian padres, el deseo de criar personas con vidas hermosas? Yo creo que sí. La forma de lograrlo es moldear con el cincel que son nuestras palabras esa arcilla tan hermosa que tienen en sus manos.
Desecha aquellas palabras que actúan como misiles, las negativas, las desmotivadoras, las ofensivas, las limitantes y procura regar la fértil mente de tu hijo con aquellas que inspiren amor, que construyan, que halaguen, que motiven, que lleguen al corazón y hagan que crezcan las inmensas potencialidades que esa pequeña persona tiene en su interior.
La misma reflexión podría traspolarse a los amigos, los novios, los esposos, los hermanos, los vecinos, etc...
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