viernes, 3 de abril de 2015

Clamar a Dios por instinto

¿Qué hombre tiene tan poca fe que en un momento de gran desastre y de angustia, no ha invocado a su Dios?

¿Quién no ha clamado cuando se ha visto confrontado con el peligro, la muerte, o un misterio superior a su comprensión o experiencia normal?

¿De dónde procede este profundo instinto, que se expresa por la boca de todos los seres vivientes en momentos de peligro?

Agite la mano rápidamente ante los ojos de alguno, y sus párpados pestañearán.
Dele a otro un golpecito en la rodilla y la pierna dará un salto.

Confronte a otro con una historia de terror y sus labios dirán: “Dios mío”,
en virtud del mismo impulso.

Mi vida no tiene que estar saturada de religión para reconocer este gran misterio de la naturaleza.

Todos los seres que andan por la tierra, incluso el hombre, poseen el instinto de clamar pidiendo ayuda.

¿Por qué es que poseemos este instinto, este don?
¿No son nuestros clamores una forma de oración?

¿No sería incomprensible, en un mundo gobernado por la naturaleza, otorgar a un cordero
o a una mula o a un pajarillo o al hombre el instinto de clamar pidiendo ayuda, si alguna mente superior no hubiese también determinado que el clamor fuese escuchado por un poder superior con la habilidad de escuchar y de responder a nuestro clamor?

De aquí en adelante oraré, pero mis clamores pidiendo ayuda serán solamente clamores pidiendo dirección.

Nunca oraré pidiendo las cosas materiales de este mundo. No estoy ordenando a un fondista o mesonero para que me proporcione habitación No pediré jamás que se me otorgue oro, amor, salud, victorias mezquinas, éxito, felicidad.

Sólo oraré por directivas y orientaciones a fin de que se me señale el camino para adquirir estas cosas

y aprender lo que deba aprender de cada una de ellas y mi oración será contestada siempre.

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