Saludaré este día con amor en mi corazón y principalmente me amaré a mi mismo.
Vigilaré celosamente todo lo que entra en mi cuerpo, mi mente, mi alma y mi corazón.
Trataré mi cuerpo con limpieza, respeto y moderación. Nunca permitiré que mi mente sea atraída por el mal y la desesperación sino que más bien la estimularé con la sabiduría de los siglos.
Alimentaré mi alma con la meditación y el silencio. No permitiré nunca que mi corazón se amargue; sino que más bien compartiré mi amor y crecerá y alegrará la tierra.
El maestro Jesús dijo alguna vez: Sean luz del mundo y sal de la tierra.
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