Cuando un árbol está endurecido, lo talarán, porque lo grande y lo fuerte está debajo, mientras que lo delicado y débil está arriba.
La vida es un río, un fluir, una continuidad sin principio ni fin. No va a ninguna parte; siempre está ahí. No va de un sitio a otro, sino que siempre va de aquí para aquí. Para la vida solo existe el ahora, y el único lugar, aquí. No hay por qué luchar para llegar a ninguna parte, porque no hay nada que alcanzar.
No existe una lucha para conquistar nada, porque no hay nada que conquistar.
No hay nada que proteger.
Solo existe la vida, completamente sola, hermosa en su soledad, majestuosa en su soledad.
Puedes vivir la vida de dos maneras:
Puedes fluir con ella, y entonces serás majestuoso, tendrás una gracia de la no violencia, de la ausencia de conflicto, de la ausencia de lucha. Tendrás una belleza, como la de los niños, como la de las flores, delicada, incorrupta o puedes luchar.
La lucha endurece. Sólo con pensar en luchar, te rodea una sutil dureza. Sólo con pensar en resistir, te recubres con una caparazón, que te envuelve como un capullo.
La sola idea de tener una meta determinada te convierte en una isla y dejas de forma parte del extenso continente de la vida. Y cuando te separas de la vida eres como un árbol separado de la tierra.
Cuando el hombre nace, es tierno y débil; a la hora de la muerte, es duro y rígido. Cuando las cosas y las plantas están vivas son blandas y flexibles; cuando están muertas, son quebradizas y secas. Por lo tanto, la dureza y la rigidez acompañan a la muerte, mientras que la blandura y la suavidad acompañan a la vida.
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